miércoles, 28 de septiembre de 2016

La pequeña de la casa

La pequeña de la casa está cada día más comestible (y más cansina también). Se ríe con la boca abierta enseñando toda una hilera de dientecitos blancos y arrugando los ojos. La encanta estar despeinada y caminar descalza, tiene alma de zíngara.

Su cuidadora M. todas las mañanas la pone un vestido, la repeina con una horquilla o una coletita y me manda una foto antes de sacarla al parque. En esas fotos se le nota en la cara que lleva con resignación los outfit que le planta su querida M. cada mañana, pero no está en su salsa.
Habla mucho, aunque la mayoría de las cosas en su propio idioma. Muchas otras la entendemos solo nosotros.

Le chifla cantar y bailar. Últimamente hemos tenido varios cumpleaños en la familia, el último el 19 de septiembre el de mi hermana, y desde ese día canta a gripo pelao: ¡¡PELAAAAAAAAÑOS FEEEELIS, PELAAAAAAAÑOS FEEEELIS!!!.
Hay dos temas en los que estamos como en transición bebé-niña: la comida y el sueño. En ambos con evolución negativa.
Desde que nació había comido siempre bien. En la  fase justo anterior a la actual estaba a daba gloria verla comer purés y tomar sus bibes. Pero con la introducción de los sólidos un poco antes del año, más el despiporre del verano, la criatura solo quiere alimentarse de patatas fritas, queso y uvas. En vacaciones la llevábamos con nosotros a comer o cenar por ahí, y empezó a abrirse para ella un mundo de posibilidades con el picoteo. Nos cogía de nuestros platos, consolidaba su amor a las patatas fritas de bolsa, y se alejaba cada día más del tan cómodo pack puré-bibe al que yo pretendía seguir recurriendo en alguna ocasión. Ahora mismo no se puede decir que coma mal, pero sí de una forma muy anárquica. Lo de ponerle un platito con su comida y que se lo acabe ocurre pocas veces. Más bien pica de uno, de otro, consigue que alguno de nosotros le parta queso en cuñas y que otro le dé un trozo de jamón. Para ella sería un planazo comer uvas con queso, merendar patatas fritas de bolsa y cenar unas lentejas. Por poner un ejemplo que ilustre el caso.
En cuanto al sueño, cuando nació dormía espectacularmente bien. Me vine muy arriba haciendo proyecciones del tipo: si con quince días duerme 7 horas seguidas, con dos meses dormirá 10 ¡¡¡¡yijaaaaaaaaaaaa!!!. Y no. Pero NO rotundo. A sus 21 meses duerme peor que con 6. Cuesta la misma vida que se duerma por la noche, y tiene varios micro-despertares cada noche. Lo del “micro” es para ella, porque a mí me desvela. Además hay días puntuales en los que se pasa de 3 a 4 de la mañana desvelada y acaba pidiendo un bibe para dormirse. Una juerga oigan. Y eso que el peso gordo de estas nocturnidades con premeditación y alevosía las lleva santo marido.
Los dos mayores tuvieron una evolución mucho más lógica. Porculeros para dormir de recién nacidos, pero luego fue a mejor y antes de los dos años ya dormían casi siempre del tirón y desde las nueve de la noche.
Es una niña muy activa, se tira del tobogán, se columpia, vuelve a casa caminando, y todavía le queda mecha para trasnochar.
Es muy cariñosa, da muchos besos y abrazos y la encanta que estemos juntos. Los desayunos del fin de semana no paramos de reír con ella y sus constantes: “JUNTOS, TODOS”, mientras da palmas de emoción. El otro día la hermana mayor vino del entrenamiento de baloncesto con una herida en la rodilla, ella la esperaba sonriente pero en cuanto vio la sangre se puso a llorar desconsolada y decía: “Mana Sía pipa, curas mamá” -> hermana Lucía con pupa, cúrala mamá.
Se me rompía el alma de oírla.
Hemos hecho un fallido intento de retirarle el pañal. El primer día fue glorioso, la encantó el tema del orinal, hizo pis en él y estaba como loca aplaudiéndose. El segundo día me dijo que el orinal para mi, y tras cinco meadas y mojón en la mitad del salón, decidí que mejor dejarlo para cuando cumpla los dos años. Hoy por hoy no solo no le molesta tener un pañal cagado, casi diría que la encanta. Porque cuando tu olfato te indica que allí hay un truño del tamaño de la catedral de Burgos, pregunto inocentemente: ¿te has hecho caca, verdad hija?. A lo que suele responder de forma poco convicente: nooooo. Y cuando me acerco a ella, me pone el dedo en alto en plan ¡detente! y me dice muy seria: ¡NO MATILE, NO!. Siempre me llama mamá o mami, menos cuando intento cambiarle el pañal en contra de su voluntad, momento en el que me llama por mi nombre de pila pronunciado a su manera.

La anécdota no tiene sentido con mi apodo cibernético, así que ahí va, me llamo Matilde, ya veis qué gran secreto wow. Cada vez veo más absurdo no dar nuestros verdaderos nombres. Primero, tras cuatro años de blog queda confirmado que esto no va a ser algo viral que llegue a gente que no quiero que llegue. Segundo, aunque llegara a todo el mundo, no cuento absolutamente nada fuera de lo normal y cotidiano de mi vida, de lo que hablo con naturalidad en un bus repleto de gente desconocida. Tercero, no voy a dar coordenadas, ni poner fotos, ni direcciones, así que si consigues llegar a mi familia a través de los nombres de pila, macho, te lo has ganado, ¡premio para ti!. Esto seguirá siendo un blog anónimo, pero igual me voy desatando un poco.
Volviendo a la niña y por resumir: está preciosa, cariñosa, simpática, espabilada y agotadora. Me tiene enamoradita, como a su padre y hermanos.

martes, 20 de septiembre de 2016

Lo que me hace la vida fácil y lo que me la hace difícil

Me he inspirado en entradas que he leído sobre cosas que te hacen la vida fácil, pero ampliando el concepto "cosas" a objetos, circunstancias, personas… Y también metiendo la otra cara de la moneda, con las que me hacen la vida difícil.

Qué me hace la vida fácil:

  • El móvil. Soy muy fan de mi iphone con el que llevo más de cinco años y del que espero no tener que desprenderme porque me la bufa mucho cambiar de modelo. Me mantiene conectada, me entretiene en las esperas, me permite leer mis blogs preferidos, wasapear con las amigas, buscar cosas en internet…
  • El Excel. Qué sería de mí sin mi Excel de mis amores. En el trabajo le doy uso a tope, en mis top: buscarv, tablas dinámicas y macros. Pero es que además lo uso para temas personales, como llevar las cuentas, calendarios, lista de tareas… A veces pienso que lo uso por encima de mis posibilidades y hasta para cosas para las que no está pensado.
  • Contar con M. en casa para irme a trabajar sabiendo que dejo a mi pequeña en buenas manos.
  • Haberme bajado de los tacones hace años y llevar siempre calzado cómodo. Muy fan de Clarks, Vans, New Balance, etc.
  • Que mi marido atienda a la pequeña por la noche. Y aún así, aunque yo no me levante, si la oígo ya me despierta y tardo en dormirme. Tengo una calidad de sueño casi nula. Con los dos mayores me empeñaba en levantarme yo cuando se despertaban y luego me quedaba desvelada dos horas. Con esta pequeña, mientras estuvo a pecho sí me despertaba yo siempre. Pero hace ya tiempo que mi marido se ofreció a encargarse él, porque él se levanta la pone el chupete, se vuelve a la cama y en cero segundos está en sueño profundo. Es más, recuerdo una noche hace años en la que el Niño estuvo de vomitona, nos levantamos los dos a cambiar sábanas, pijamas, fregar… Bueno, pues él volvió a la cama y antes de que la cabeza se posara en la almohada ya estaba roncando. Yo me quedé desvelada hasta que fue hora de levantarse.

Qué me hace la vida difícil:

  • Que hayan cortado la línea de metro que uso diariamente. Desde primeros de julio hasta el 12 de noviembre. Ni más ni menos. De tener el metro en la puerta de casa y tres paradas directas hasta mi trabajo, de manera que en 10 minutos estaba en la oficina, a tener varias alternativas todas malas:
  1. Irme andando al trabajo. Son como 35-40 minutos, pero entro a las 8 de la mañana y fichamos, así que es una hora rígida de entrada, no es como esos otros casos que conozco de entro a las 8 pero nunca están allí antes de las 8:30. Todos los domingos pienso que irme andando es la mejor opción, que total es un paseíto, que puede ser agradable… Ya. Qué fácil se ve todo cuando una está descansada. A las siete de la mañana, cuando he dormido menos de lo que debería y arrastro cansancio de varios días, echarme a andar con la presión de llegar tarde, me parece lo peor.
  2. Irme en otra línea de metro. La tengo a 10 minutos andando y son seis paradas. Tardo más que si me voy andando
  3. Irme en bus. El problema es que es un bus que pasa con poca frecuencia, más de una vez me he tirado veinte minutos esperando en la parada.
  • Que la ansiedad me de hambre. La mayoría de la gente cuando está agotada, estresada, con más cargas de las que puede llevar dignamente, adelgaza. A mí me pasa al revés, es como si me recompenso a mi misma comiendo. Una mierda.
  • Tener jefe. Y si me apuras, compañeros. A ver, que yo no tengo problemas con ninguno. Si me vieseis por un agujerito pensaríais que estoy de lo más feliz e integrada en mi trabajo. Pero lo cierto es que me gusta trabajar sola, me organizo muy bien, no necesito un jefe que me monitorice. No me gusta tener tareas en las que dependo de otros. Hace mil años cuando salí de la facultad, me encantaba la idea del trabajo en equipo. Ahora no. La experiencia me dice que lo que hago yo solita sale mejor.

Y aquí termina mi censo por hoy, porque si pensara un ratito más, seguro que ampliaba.

miércoles, 14 de septiembre de 2016

Conversaciones de niños vs. manadas adolescentes

Ayer en el parque había tres niñas que habían puesto un tenderete para vender pulseritas y mucho juguete menudo de esos que las madres siempre queremos que tiren pero ellos no tiran ni locos. Estas niñas en un gesto innovador sin parangón decidieron venderlos.

Tenían un folio escrito a mano en el que decía claramente: NO TOCAR.

En eso que se acercan cuatro niñas de la quinta y se lían a tocarlo todo como si no hubiera un mañana. Una de las niñas vendedoras les dice que no se toca y no sé ni cómo acaban en un debate dialéctico que derivó en lo siguiente:
  • Vendedora portavoz: pero a ver niñas, ¿qué años tenéis?
  • Niña1: siete
  • Niña2: seis
  • Niña 3: seis
  • Vendedora portavoz: pues yo tengo siete y medio, así que tengo ocho. Soy la mayor y mando. NO SE TOCA
  • Niña1: pues mi hermano tiene once
  • Vendedora portavoz: ¡y mi prima treinta y uno!
  • Niña2: y mi madre cuarenta y tres
  • Vendedora portavoz ya de muy mala leche: ¡¡y mi abuelo ochenta y aquí mando yo y no se toca!!
    Mirada de admiración de las vendedoras silenciosas. Silencio por parte de las potenciales compradoras. Tensión en el ambiente y final aceptación por parte de las compradoras, que no solo dejaron de tocar sino que además se llevaron una pulsera cada una por 15 céntimos unidad. Un chollo.

    Además de declararme fan incondicional de la portavoz, me pregunto ¿cuándo dejamos de considerar la edad un grado?. A buenas horas si tienes 37 años y medio, te vas a poner ya los 38 para ganar autoridad. Y a buenas horas vas a fardar de tu edad y de la de los que te rodean para imponerte en algo. ¡Hay que ver cómo cambiamos! y casi siempre para mal.

    Me acabo de acordar de una de mis hijos, bastante reciente y relacionada con este tema. En el club al que hemos estado yendo religiosamente cada tarde a la piscina, mi hija mayor tiene una pandilla de amigas con las que se dedica básicamente a recorrerse el club de punta a punta y a bañarse todas juntas cuando una de ellas decide que hay que bañarse. Son como ocho chavalas que vistas de lejos parecen la misma. Todas con el pelo largo, todas en bikinis del mismo estilo, todas con la misma pinta y haciendo las mismas cosas. Me horroriza. Yo nunca fui mucho de grandes grupos, tenía amigas, claro está, pero eso de una pandilla enorme uniformada me da bastante grima. A mi hija la mayor por lo visto le pirra.

    El caso es que pasa bastante de nosotros porque se vuelve loca por estar con la manada de mamíferas adolescentes apatrullando el club… Uno de los días le comenté al Niño que me gustaba mucho más la pandilla que tenía en el sur. Ya os conté que en la urba a la que vamos cada verano tienen un grupo de amigos, pero de los que a mí me gustan: dispar en edades y aspectos, hay chicos y chicas, y son de jugar al pádel, a poli y ladrón, a tirarse agua, a las cartas, a lo que sea, pero juegan. No caminan sin sentido de allí para allá en un intento de ver y dejarse ver bastante cutre.

    El Niño me contestó que lo que pasa es que ella en el grupo de amigos del verano está normal, porque es una más. Pero que "en este grupo ella es como la campesina, por decirlo así, porque todas pasan a cuarto de la ESO menos ella que pasa a segundo, entonces es la que menos vale del grupo y por eso se vuelve loca por estar con ellas".
     
    Entiendo lo que el Niño quiere decir, pero …¡no tiene sentido!. No deja de ser otro caso más de valoración de los que tienen más años que tú pero al tratarse de adolescentes todo es menos gracioso que con las pequeñas vendedoras de pulseras.
     

    jueves, 8 de septiembre de 2016

    Stranger things

    De esta serie oí por primera vez en el blog de Ro, que puede considerarse ya oficialmente mi fuente para series, películas y literatura especialmente juvenil, aunque no únicamente -.



    Supe que me iba a gustar y así ha sido. Ahora veo referencias a la serie por todas partes, y seguramente las veía también antes pero me pasaban desapercibidas.

    Se trata de una serie de ciencia ficción, que transcurre durante los años ochenta en un pueblo americano. Hay mucho estilo del Spielberg, aunque no es el director, mucha estética ochentera y mucho niño en la serie. Con esas casas anti-minimalistas, llenas de objetos de todo tipo por todas partes, el instituto con su propia vida de guays-frikis-abusones. Todo lo que ha hemos visto mil veces pero desde una perspectiva original, fresca y nueva.

     

    Hay intriga, emoción y ganas locas de ver más capítulos cuando terminas uno.

     
    ¡Ah! y esta nuestra Winona, que hace un papelón y está extraña a la vez. Puede ser que haga demasiado tiempo que no la vemos en cine. Está su nariz respingona, sus andares de pato especialmente cuando va rápido y su mirada bonita, es ella y no lo es. Me encanta en su papel de madre desesperada.


    Un inciso: en las series y películas americanas, las madres de familia suelen tener una torrija muy importante. El hijo puede tener a ET encerrado en el armario o a una niña con súper-poderes en el sótano, pueden dormir vestidos o fingir que están malos para no ir al cole, que ellas no se enteran de nada. Los niños entran y salen con su bici y las madres no saben ni dónde están. Les dicen que se quedan a dormir en casa de una amiga y no contrastan con la madre. ¡Y luego pasa lo que pasa!, nenas, que no os enteráis de nada. Una temporadita en una familia española y os poníamos al día de lo que es control materno y placaje de las crías hasta saber si respiran más fuerte de lo normal.

    Volviendo al tema: la serie la hemos visto en familia, porque empezamos marido y yo por las noches, pero al ver que a los dos mayores les iba a encantar, la aplazamos a los fines de semana para verla con ellos. Si a mí me ha gustado mucho, a mis hijos ya ni os cuento.
    Me estoy acordando de un momento en el que oigo al Niño muy serio comentar: cómo molaría tener un sótano en casa. No dijo más, pero conozco su forma de pensar y fijo que era: si tengo sótano tengo amiga con súper poderes allí escondida, pero fijo, cae de cajón.


     

    viernes, 2 de septiembre de 2016

    Querido verano, ya te echo de menos

    Con veinte años os aseguro que me daba igual la estación del año, mi vida no estaba tan condicionada por las horas de luz, el clima y las vacaciones escolares.
    Igualmente quedaría con amigos, iría al cine, me enamoraría, dormiría hasta tarde, saldría de juerga, estudiaría, iría a clase, haría algún viaje… sin importarme si estábamos a 5 grados o a 35.

    Pero desde que me convertí en madre la historia cambió.

    A buenas horas voy a estar yo un jueves del mes de noviembre, a las 8 de la tarde, con un pareo sobre el bikini medio húmedo, cenando una empanada al aire libre, con mis hijos riendo despreocupados porque no hay deberes, ni hora fija de irse a la cama, ni riesgo de congelación. Esto es lo que pensaba ayer por la tarde-noche, cuando me vino la inspiración para esta entrada. Y así es como estaré hoy a esas horas si Dios quiere, tras haber pasado la tarde piscineando en felicidad y armonía.

    Un día de entre semana en invierno, a las ocho estamos ya terminando el ciclo deberes-baños-cena. Con tensión en el ambiente porque el niño acaba de descubrir que tiene examen al día siguiente, o porque le falta hacer ene mil tareas escolares. Malditos deberes. La niña preparando su material de extraescolares del día siguiente. La pequeña nerviosa porque por la tarde ha hecho frío/ha llovido/whatever y no la he podido sacar a jugar al parque.

    Todavía no ha terminado el verano y ya siento nostalgia por él. Maldito invierno cuando eres madre con hijos. A veces me gusta mucho exagerar y digo cosas como “las personas con hijos menores a los que les gusta el invierno no merecen vivir”. No me matéis, exagerar es lo único que me queda, el pataleo inútil ante la adversidad.

    En verano el padre de las criaturas tiene jornada intensiva, por lo que no paso la tarde yo sola con ellos.
    Además es cuando tomamos el groso de las vacaciones anuales y las vacaciones son bien, lo mires como lo mires.
    En verano no hay tanta prisa porque los niños se vayan a la cama, porque no madrugan para ir al colegio. Los días son más largos, cunden más. Y sí, en donde vivimos hace calor, pero tenemos aire acondicionado y un club con piscina, así que what´s the fucking problem??.
    En verano hasta las croquetas saben más ricas porque te las tomas al aire libre.
    En invierno las tardes son cortas porque antes de que te des cuenta es de noche y no te ha cundido para hacer casi nada aparte de trabajar, tareas domésticas y dormir.
    En verano vas ligera de equipaje, con ropa que no molesta ni pesa, ni abrigos que tienes que colocar no se sabe dónde cuando llegas a un local con calefacción.
    Este es el cuarto año que escribo una pequeña oda al verano, pero no lo he podido evitar. Ustedes disculpen que me repita.

    ¡Verano, no te vayas todavía, que te voy a echar de menos!.