Ayer fue uno de esos días en que una no puede evitar ver todo muy cuesta arriba y todavía me queda resaca de los nubarrones de ayer. Los lunes suelen tener un poco de eso. Pero además, se daban otra serie de circunstancias poco agradables.
Mis hijos no tenían colegio por ser Santo Tomás de Aquino, y como siempre que ellos no tienen colegio y yo sí trabajo, me siento bastante miserable e infeliz y me cago en todas las feministas y circunstancias que se alinearon para que hoy en día yo tenga un trabajo. LO SE, no me lo digáis, no puedo quejarme, hasta vergüenza me da sabiendo que algunas de mis lectoras queridas están buscando trabajo. Esa es otra, que con la crisis no me queda ni margen a la queja. Pues en este espacio mío quiero poder desahogarme y no quiero oír como me dijo mi jefe, que un trabajo no es un derecho es un privilegio.
Ayer mis hijos estuvieron al cuidado de cuatro personas. A las 8 de la mañana iba la chica que nos ayuda con la limpieza viniendo unas horitas al día. A las 11 de la mañana iba mi madre, pero al mediodía desplegaba sus alas de jubilada viajera y partía rumbo al sur de España, así que mi marido se hacía cargo de ellos en su descanso del mediodía. Y por fin a las 15:40, llegaba yo a quedarme con ellos y a hacer el cuarto relevo del día.
Tuve un día en el trabajo de espanto, de esos que se te van acumulando temas y más temas, todos para ayer, y no podía dedicar ni un segundo ni una llamada a confirmar con quien estaban mis hijos y cómo iba todo. De esos días en que si tuvieras tiempo para preguntarte, te preguntarías a quien leches puede realizarle ese tipo de tareas, y a quién pelotas se le ocurrió que “esto” era liberar a la mujer. No conseguí salir a mi hora del trabajo, y cuando llegué al metro vi como se me escapa el tren en mis narices.
Todo muy divertido.
Al llegar a casa mi hijo me comunicó que le dolía la garganta y la cabeza.
Insisto: todo muy divertido.
Y en el poco tiempo mental que me quedaba libre, me dio por pensar el mesecito que me espera. Marido se va por trabajo 8 días a Costa Rica, 4 días a Lyon, y a finales de Febrero le operan de la rodilla. Abuela jubilada y hermana en paro, se han marchado al sur.
Nos organizamos la vida para encargarnos de nuestros hijos nosotros mismos con nuestro mecanismo. Pero hay momentos en los que una ayuda familiar, viene como regalo del cielo, aunque he de reconocer que no me gusta nada pedirla. El año pasado mi madre se pasó casi 6 meses en su apartamento del sur, y los que me conocéis no me habréis leído queja. Al revés, aunque sí valoro mucho los domingos de calefacción y cine con los que nos deleita los meses más invernales del año. Entiendo perfectamente que después de años de trabajo, se ha ganado su jubilación para hacer lo que le dé la gana, faltaría más. Pero también es cierto, que entre que antes trabajaba y ahora está disfrutando de un merecido descanso, y que la otra abuela vive a 600 km, pues alucino bastante con las personas que pueden tener a las abuelas disponibles como un apoyo constante. De todas formas yo lo que querría es poder encargarme yo misma de todo. No tener que hacer tanto encaje de horarios y personas, para hacer algo que haría yo misma encantada de la vida.
Estoy muy de bajón, así que todo lo que digo se tiene que poner en contexto, pero ahora mismo lo que yo querría es no tener una logística doméstica tan complicada, poder dedicarme a mis hijos, a mi casa, incluso a mí misma, mucho más de lo que lo hago. Se me escapa de las manos su infancia, sin haberme podido dedicar como me gustaría, y eso me angustia.
Solo tenemos una vida, y es frágil, no sabemos lo que nos va a durar. Me da pánico pensar que no estoy viviendo la vida que me gustaría vivir, ya que no voy a tener otra oportunidad.
A la vez me sanciono a mí misma estos pensamientos. Mi vida, objetivamente hablando, es buena. Tengo un buen trabajo, salgo a las tres de la tarde cuatro días a la semana, es decir, que solo trabajo una tarde a la semana. Que más quisieran muchas madres tener esa suerte. Pero yo quiero más. O al menos otra cosa, no sé si más o menos, diferente.
También soy consciente de que todas las opciones de la vida tienen su parte correspondiente de infelicidad y frustración. Y que mi trabajo nos permite hacer cosas, que no podríamos si no contáramos con mi sueldo. Para empezar ni el colegio que elegimos para los niños, ni sus extraescolares, ni tener ayuda en casa, ni ir de vacaciones…
No se… estoy bastante triste, no se me puede hacer caso cuando estoy así, porque digo blanco y negro en la misma frase.
Ya para rematar, hoy, que es el día que trabajo mañana y tarde, en el descanso de la comida he aprovechado para ver si encontraba algo en las rebajas. Con la engordadera de los últimos meses ya casi entro en depresión profunda. Habría jurado que los espejos y tallas estaban trucados. Hay que ser tolai para pretender ir de rebajas en media hora, con no se cuantos kilos de más, y encontrar algo que me subiera el ánimo.
Triste y tonta, qué combinación tan buena.