viernes, 29 de mayo de 2015

Un día cualquiera en mi vida

7:45 empiezo a oír ruidos, la casa se despierta. Pisadas, persianas que se suben, puertas. Sigo adormilada aunque hace rato que dormida no estoy. Pienso que si no hubiera ampliado la baja maternal con unos meses de excedencia ahora estaría llegando al trabajo y sonrío. Agarro las sábanas, me estiro y disfruto estos minutos de somnolencia antes de levantarme. Salgo silenciosa de la habitación, donde dejo dormida en su cunita a la bebé. Ella comió a las 6 de la mañana y siguió durmiendo como cada día.

8:00 en la cocina ya están mis dos hijos mayores, se oye el ruido de la ducha de marido de fondo. "Pásame los cereales", "yo quiero queso fresco", "acábate el zumo que se van las vitaminas". Lo típico. Me parece un lujo poder desayunar con mis hijos, primero porque nunca lo hago por mi horario laboral, y segundo porque es un rato breve. Cuando se van al colegio les despido con la misma alegría con la que les saludo cada mañana. Es increíble la bulla que meten para desayunar y prepararse para ir al colegio. Cuando se van dejan un silencio como de convento tras el escándalo sonoro al que me someten cada mañana. En cuanto salen, me saco la leche con esas maquinejas llamadas sacaleches eléctrico, ganicas de perderlas de vista que tengo.

9:00 la nena se despierta. De buen carácter, no sale a madre. Juega un rato en la cunita, come, cambio de pañal. Luego la pongo en la hamaca y la llevo a mi baño. Me ducho bajo su atenta mirada.

11:00 nos arreglamos las dos y salimos a pasear. Cada día hacemos un recorrido. Casi siempre una parada, un día en la farmacia, otro el pescadero o el carnicero, hoy en Zara para comprar pantalones cortos a la mayor.

12:30 volvemos a casa. La dejo en la hamaca y me saco la leche otra vez.
Luego cambio de pañal, la doy de comer y la pongo a dormir.

13:30 hago mi comida y como. Me siento un rato en el sofá a leer o a ver algo en la tele.

15:00 la enana despierta con mucha energía. Grititos, juergas, no me dejes en hamaca ni cuna que solo quiero brazos y juergas.

16:45 al cole a por los hermanos con la merienda preparada. La vuelta a casa es otra vez una explosión, uno habla por encima del otro, los dos tienen muchas cosas que contar y poca paciencia para esperar a que el otro acabe. La enana les mira encandilada.

Pasamos la tarde sin pena ni gloria, como el resto del día a decir verdad. Los mayores hacen deberes y yo entretengo a la enana y me saco leche.
Por las tardes está muy demandante. Apuntito ha estado de quedarse sin el título de santina que ostentó con orgullo sus tres primeros meses.
Ahora es buena, pero muy activa y requiere mi atención casi de continuo.

19:45 baños, cena, ruido, conversaciones, voces. Terminan de cenar y yo les jaleo: ¡dientes, pis, camaaaaa!. Que es mi forma abreviada de decir lo de todos los días: que se laven los dientes, hagan pis y se vayan a la cama.

21:00 los mayores acostados, la enana echando una siesta. Recogemos la cocina a jarapo sacao y nos ponemos una serie. Hemos terminado "Hijos de la anarquía", de las que os hablé cuando estaba empezando y todavía no me tenía encandilada. La historia va mejorando a lo largo de las temporadas y los personajes se van perfilando mejor. Al final la valoración global es que me ha gustado. Empezamos nueva serie: Mad men.

22:00 la enana despierta con muchas juergas, gritos de loro y reclamando atenciones. Sobrevivimos como podemos hasta las 23:30, hora en que me saco leche, se le da la última toma del día y nos vamos a la cama los tres, con una breve pero intensa resistencia por parte de la más pequeña.

Así descrito creo que no transmito la paz y felicidad de mis días. Solo el hecho de no levantarme a las 7 corriendo, con prisa, meterme en el metro y estar a las 8 activa frente a mi teclado, ya merece la pena. Por no hablar de la alegría de encargarme yo directamente de mi hija, sin delegar la tarea más importante en otros. Llamadme simple pero para mi es un millón de veces más importante cuidar de mi pequeña que supervisar fondos de inversión y reportar informes a la CNMV.

Sin embargo está claro que no todos somos iguales ni tenemos las mismas prioridades, con la boca pequeña muchas compañeras me dicen: qué suerte tienes. La misma que podrían tener ellas. Tenemos el mismo buen trabajo, del que no te van a echar por coger unos meses de excedencia por cuidado de hijos. Con maridos con trabajos similares al mío y situaciones económicas muy parecidas. Pero ninguna se ha cogido una excedencia tras la baja maternal.
Alguna sí que dice lo que de estaba deseando volver a trabajar tras la baja, pero son las menos. No se por qué hay que tener complejo de decirlo. No todas las madres disfrutan estando todo el día con sus pequeños y no pasa nada. Hay que ser sinceros, sobre todo con nosotros mismos.
Yo no disfruto con mi trabajo, soy eficaz en su desempeño, mis jefes me valoran, pero no disfruto con él y lo digo. Seguramente me gustaría si solo trabajara la mitad del mes, por ejemplo. Pero no me gusta lo suficiente como para dedicarle 40 horas a la semana, once meses al año. Y lo digo, no pasa nada.
Sin embargo sí me gusta ser madre lo suficiente como para dedicarme a ello a tiempo completo.

lunes, 18 de mayo de 2015

La pequeña

La pequeña de la casa nos tiene cada día más enamorados de ella. Cuando ya pensé que habíamos alcanzado las cotas más altas en lo que a babeo se refiere, observo estupefacta como llegamos un poquito más allá.

Los calores madrileños ayudan. Me explico: ahora va con los muslos al aire. ¡Esos muslos de lorzas comestibles!, ¡al aire!. Los vestiditos de veranos están acabando con la poca dignidad de mujer adulta que me quedaba.

Da bastante más guerra que la que daba en sus primeros meses cuando era una especie de muñeca nenuco, que comía y dormía. Ahora ya demanda atenciones, juergas, pasárselo bien en definitiva, porque hemos traído al mundo a otra persona disfrutona, como somos el resto en esta casa.

Es muy simpática, siempre tiene una sonrisa preparada para cualquier tontería que se le haga. Se ríe con unas carcajaditas de bebé que contagian la risa.
Básicamente lo muerde todo y lo chupa todo. Sus pensamientos de bebé deben ser algo del tipo: "voy a probar este mantel, argg, qué asco, sabe fatal pero no puedo dejar de chuparlo. Ay mira, la mano de mi madre, voy a chupar y morder un poco. ¡Anda!, qué bueno, mis pies, hace como tres minutos que no me los llevaba a la boca, ya los echaba de menos". Y así todo el día. TO-DO pasa por su boca.

Llevamos cinco meses y once días con lactancia materna. Tres hurras por mí y por mis sacaleches. Estoy hasta los mismísimos, pero a la vez ya he decidido aguantar hasta los seis meses porque se que es lo mejor para ella.

Le encanta estar tumbada en la mantita gimnasio, encima de mi cama, o directamente en una manta en el suelo, y ya intenta (sin éxito) gatear. Se desplaza con muchas dificultades y esfuerzos como si yo intentara subir al Himalaya. Se pone boca abajo y vuelta boca arriba, y cuando se frustra porque no consigue lo que pretende, chupa lo que tenga a mano: un muñeco, el suelo, la manta, su pie...

Es muy bonita y yo me siento tan afortunada de tenerla, y de poder estar disfrutando estos meses, que no lo puedo expresar con palabras. Cada mañana pienso que si no me hubiera cogido una excedencia ya estaría trabajando, y se me pone una sonrisa en la boca. El otro día vino a comer con nosotras una compañera del trabajo y me preguntaba si no echaba de menos ir a la oficina. Je, echar de menos dice, NI LOCA. Estoy feliz y completamente realizada con lo que hago ahora mismo. Lastimica que no pueda congelar el tiempo para alargar esta época tan maravillosa un poquito más.

Y nada más por hoy, que la tenía dormida en la cuna, pero me llegan ruiditos sospechosos, creo que debe estar despierta.


martes, 12 de mayo de 2015

Oda a la palmera de chocolate

¿Se puede ser adicto a la palmera de chocolate?
Sí, se puede.
¿Por qué lo se?
Obvio, porque lo soy.



Es una adicción muy poco glamurosa, muy de gocha zampa bollos, pero es adicción al fin y al cabo.
El otro día estaba leyendo a la boticaria sobre dejar de fumar, y mientras leía hacía mi propia versión de la entrada para quitarme de las palmeras. Así de grave está la cosa.

Ya he contado alguna vez, que en mis primeros años de universidad fui fumadora, por motivos meramente sociales, y nunca me generó adicción. Los fines de semana que iba a casa de mis padres no fumaba, ni tampoco durante el verano cuando iba al extranjero, pero en cuanto volvía con mi pandilla de la universidad a jugar al mus, salir de marcha y quedarnos de charla hasta las tantas, volvía al pitillo. En cuanto decidí que ya había tenido suficiente olor a tabaco en mi vida, lo dejé sin más. Así de raritas somos algunas.
Fijaros que no he dicho de afortunadas. Porque mi ración de adiciones la tengo, pero son diferentes a las de otros. Tabaco cero puntos, Matt un punto. Palmera de chocolate 1 punto, Matt cero puntos.

Todo empezó en el post-parto, el primer mes perdí casi todo el peso que había ganado en el embarazo, y en lugar de aprovechar la racha para seguir bajando lo que he acumulado en los últimos quince años de sobre peso, decidí ser indulgente conmigo misma, y concederme un capricho. El capricho fue una palmera de chocolate. Siempre he sido de buen comer, durante mis primeros 25 años de vida, con un metabolismo agradecido que me mantenía delgada, y durante los últimos 15 con un metabolismo vulgar que engorda si comes de más.
Las palmeras me gustaban de siempre, pero no más que la morcilla, el cabrales, la fabada, el arroz caldoso... Así que no sé a qué viene está obsesión actual por las palmeras. Salgo al paseo por la mañana y ya estoy pensando en comprarme una. Vivo en un barrio con muchas pastelerías y las he probado ya TO-DAS. Tengo mi propio ranking personal. Normalmente me apetece la más zafia y barata, con un pegotón de chocolate que no se lo salta un torero, aunque hay días que me levanto sibarita y camino un rato más para llegar a la palmera más delicada con un hojaldre suave y un chocolate fino.

Lo se. Estoy fatal. Tengo que ir pensando en quitarme, pero ya si eso, otro día.

jueves, 7 de mayo de 2015

Mi madre

Os voy a contar algo muy feo, que va a arrojar bastante sombra a la imagen que tengáis de mi. Ahí va: me llevo mucho mejor con mi madre cuando estamos a 600 km de distancia.
Los seis meses al año que pasa en el sur, vivimos una especie de idilio madre-hija, que se va a tomar por culo a las 72 horas de estar compartiendo ciudad.
Ahora que está lejos nos llamamos dos veces al día, guasapeamos mil, nos mandamos fotos y vídeos de sus nietos. Todo es alegría y armonía.
Cuando está por aquí cerca acabamos saturadas la una de la otra. Las dos somos cabezotas y tenemos nuestras costumbres, y poca paciencia con las costumbres de la otra.

Con las fotos y vídeos que envío de la peque, exagera muchísimo y me dice que es el bebé más precioso del mundo, que está espabiladísima y qué grande y "qué buena leche tienes hija, habrías sido un ama de cría fabulosa, no te rías, que estaban muy valoradas". Oye, es un dato saber cómo te podrías haber ganado la vida en otra época, según tu madre.

Luego habla con mi hija la mayor y comenta en mitad de la conversación y sin venir a cuento: "tú cuídate mucho para que llegues a la jubilación tan bien como yo y la puedas disfrutar". Gran mensaje para una niña de once años. Mi hija se parte de risa y yo también, colgamos y todos felices comemos perdices.

Cuando está aquí todo es un pelín más complejo. A ver, que nos llevamos bien, en general. Yo la quiero mucho, obviamente, y la valoro y tal, pero me satura. No puedo evitarlo, me sienta mal reconocerlo, pero es así.

Este es uno de los poquísimos post que he escrito en estos casi tres años, en los que me alegro de que este blog sea privado y anónimo, y que ni familia ni amigos sepa de su existencia. De lo contrario a media hora de publicar tendría llamada de mi madre para meterme una chapa monumental y como la cosa no quedase suficientemente aclarada, mañana la tenía personada en la puerta de mi casa. Como si lo viera. Lo que yo os diga: muy cansino todo, pero que no me falte nunca.